Has oido hablar de...
Más allá de las fronteras conocidas, en una región de cuevas abiertas y cañones sumergidos en niebla, Vélaris levantó su único refugio: Bajoumbra
No fue un pueblo, ni un santuario, sino una pausa.
Un círculo de lámparas alimentadas con aceite de insectos nocturnos, una mesa de piedra cubierta de fragmentos de las antiguas telas, y un pequeño brasero, una hoguera central donde la llama nunca arde con fuerza, pero tampoco se extingue.
Se dice que Vélaris encendió ese fuego con un último vestigio del Fulgor, y que allí espera, sin esperar a nadie, cuidando de los viajeros perdidos, los soñadores errantes y los olvidados.
Los pocos que logran encontrar Bajoumbra cuentan que la caballera escucha paciente, y a veces, cuando el viento calla, hace memorias y reliquias, que quedan como último recuerdo, entre las rocas del refugio, de aquellos seres y recuerdos que ya se han olvidado.
Algunos aseguran que, al marcharse, sus sueños se vuelven más claros. Otros, que su carga se vuelve más liviana. Pero todos coinciden en lo mismo: cuando dejan Bajoumbra atrás, la oscuridad ya no parece tan hostil.
Bajoumbra no es grande. Es un refugio íntimo, formado más por presencia que por estructura.
La caverna que lo acoge se abre como una garganta de piedra, húmeda y silenciosa, iluminada únicamente por la llama que Vélaris mantiene viva. Bajoumbra es un sitio poco comparable con sus vecinas ciudades: El aire es frío, pero no gélido, huele a roca mojada y aceite quemado. El sonido predominante es un goteo constante del agua se filtra desde los picos de las cuevas.
La luz nunca alcanza los extremos más profundos, y sus sombras se estiran largas y profundas, como si observaran en silencio. El nombre "hogar" a este lugar no le viene de su cultura o estilo, sino de las emociones, verdadero sustento de su idiosincrasia.